Elburgo o la magia del nordic walking

Por Ana Arenaza

El despertador sonó temprano, demasiado para un domingo, las gotas golpeaban con fuerza la persiana y me acurruqué debajo del edredón. Con pocas ganas y mucho sueño comencé un día repleto de nubarrones; un pie que no me responde como me gustaría, una técnica que se me resiste, el cielo que se rompe… todo se ponía cuesta arriba.

Pero no sé qué pasó ni en qué momento sucedió; a lo mejor fue la primera sonrisa de la mañana que me recordó que hacía mucho que no nos veíamos, el ánimo y la tranquilidad de mis compis de equipo, quizá la organización impecable del evento, el chute de energía del cohete de salida, el primer charco que pisé como cuando era pequeña, la lluvia juguetona en la cara, el caldo reconstituyente, las risas, el vestuario compartido, los ánimos, el intercambio de recetas, el orgullo de ver a los txikis, los aplausos en la meta, los choripanes, los brindis, las cadenetas…

No sé en qué momento pasó ni cómo sucedió, pero ya he reservado en mi agenda la cita de Elburgo para el año que viene. He llegado a pensar que ese montón de personas con bastones de marcha nórdica, en realidad son seres con poderes increíbles, que llevan en sus manos unas larguísimas y maravillosas varitas mágicas.

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